La Princesa Ojo Azúl


En un país muy lejos, más lejos que la China y el Japón, vivían una vez un rey y una reina. Tenían un solo hijo, Heino, quien salía de caza todas las mañanas.
"Nuestro hijo debe de ser un cazador bueno, porque sale de caza todos los días", decía el rey. Y la reina añadía: "Sí, y es un hombre bueno. Porque no lleva nunca a casa lo que mata, sino se lo da a los pobres".
Sin embargo, si el rey y la reina hubieran seguido a su hijo una mañana, habrían descubierto que no era verdad. Porque en el bosque no huían las liebres ni los ciervos cuando veían a Heino acercarse.
No había nunca sonado ningún tiro de Heino en el bosque, ya que el príncipe demasiado quería a los animales. Cuando llegaba al bosque, andaba a una casita entre los árboles y los arbustos. Aquí vivía la señorita más cariñosa que nunca en su vida había encontrado Heino. La llamaba Ojo Azúl, porque todas las mañanas los ojos de la joven centelleaban cuando veía al príncipe acercarse en su caballo.
Un día el rey mismo tuvo ganas de salir de caza, y acompañó a Heino al bosque.
El rey era un cazador bueno, y trajo unas piezas notables de caza a su castillo. Pero Heino no trajo nada. Esto le pareció extraño al rey.
"¿Por qué entra en el bosque cada día el joven, mientras que no mata nada? Debe de haber una explicación", pensó. Y a uno de sus servidores le dio orden de seguir a Heino a escondidas y volver a la noche para contar lo que había visto.
Así descubrió el rey que Heino había estado con Ojo Azúl todo el día, y que no había pegado ningún tiro.
Se enfadó el rey. No quería que Heino tuviera trato con una muchacha de una casucha en el bosque. Llamó a dos soldados y les mostró una bolsa llena de oro. Les dijo que recibirían este oro por recompensa si quisieran secuestrar y matar a Ojo Azúl.
Era un plan terrible. Sin embargo, una palomita salvó a Ojo Azúl. Porque Ojo Azúl tenía a una palomita que volaba al arbol más grande del bosque cada mañana para ver si ya se acercaba Heino. Si veía que Heino montaba en su caballo, volaba hacia abajo, hacía un tictac con el pico en los cristales, y gritaba:
"¡Ojo Azúl, Heino está en su caballo, y se está acercando!"
Pero, un día, cuando la palomita estaba vigilando en la cima del arbol otra vez, vio a dos soldados entrar en el bosque furtivamente. El pajarito comprendió que estos hombres tenían planes maliciosos, desplegó las alas, y voló al castello de Heino. Hizo un tictac en los cristales. Heino abrió la ventana. Apenas entendió el mensaje de la palomita, saltó al caballo, y fue a la casita en el bosque tan rápidamente como el caballo pudo correr. Llegó justo a tiempo. Los soldados ya hubieron encadenado a la señorita y quisieron llevarla para matarla. Heino montó en colera, sacó su espada, y mató a los soldados.
Después de tranquilizar a la señorita, Heino escribió una carta y la puso delante de la puerta del dormitorio de su padre. La carta dijo que Heino ya no quería venir al castillo. De hoy en adelante quería ser el guarda de Ojo Azúl. Iba a estar tendido delante de su puerta todas las noches con una espada a su lado. Si alguién tuviera la osadía de tocar a Ojo Azúl, lo pagaría con la vida, aunque fuera el rey mismo.
La carta conmovió al rey. La llevó a la reina. Ella le echó en cara que había emprendido mal el asunto. La reina iba a ver cómo a Heino le podía quitar de la cabeza el plan.
Fue la reina a une bruja vieja y le consultó. La bruja dijo que crecía una planta extraña en el prado cerca del castillo. La planta tenía una cualidad especial. Cuando alguién le quitara las bayas que crecían en sus ramas, aparecería una flor roja. La reina tenía que desenterrar la planta y ponerla en el bosque cerca de la casita. Era probable que Heino viera la planta y la cogiera. Si lo hiciera, en seguida olvidaría a Ojo Azúl para siempre.



La reina se dio prisa por hacer lo que le había aconsejado la bruja.
Cuando Heino paseaba en el bosque la mañana siguiente, vio la planta. Porque le parecía tan hermosa, la cogió. Desde el mismo momento había olvidado a Ojo Azúl. Puso la flor en su corazón y volvió al castillo. Su madre ya lo vio acercarse desde lejos.
La madre llamó al rey y le pidió que a Heino le diera un caballo nuevo y armadura y unos escuderos para que su hijo pudiera ir a correr mundo durante unos años. Por cierto encontraría en cualquier corte real o noble a una señorita que sería en su reino una reina mejor que la pobre muchacha de la casita en el bosque.
Así hizo el rey. Heino se fue para disfrutar las maravillas del mundo.
Ojo Azúl se quedaba atrás, sola. Porque no volvía Heino, le mandó a su palomita que lo buscara. La palomita le trajo un mensaje triste: dijo que Heino había vuelto al castillo de su padre y que ahora estaba corriendo mundo.
Desde entonces, la palomita venía todas las noches para contarle a Ojo Azúl donde estaba Heino. Una noche, tras dos años, la palomita vino con una mancha de sangre en el ala. La señorita se asustó mucho, y se preguntó qué le había ocurrido a Heino.
"¿Está muerto?", le preguntó a la palomita.
La palomita bajó la cabeza, y contestó: "Heino ha caído en un pantano, y está a la merced de la reina de los fuegos fatuos."
Ya no aguantaba más Ojo Azúl. Salió de su casita, puso a la palomita en los hombros, y se fue para buscar a Heino. La palomita le enseñaba el camino.
Ojo Azúl andaba durante tres días. Finalmente llegó al pantano en donde se había hundido Heino. Había tempestad, y la luna se escondía tras las nubes.
Ojo Azúl estuvo al borde del pantano y vio a los fuegos fatuos danzando sobre el agua. Era probable que entre ellos estuviera Heino. Sin vacilar, la señorita comenzó a vadear en el agua. Seguía adelante hacia los fuegos que estaban danzando a lo lejos. La tempestad hacía ondear el agua, la lluvia azotaba su faz, el viento levantaba su cabello. Pero no lo sentía la señorita. Tenía que llegar a los azules fueguitos.
Sin embargo, era como si los fueguitos estuvieran jugando. Ahora estaban aquí, ahora allí. Siempre que Ojo Azúl creyera estar cerca de ellos, desaparecían y surgían en otro lado.
La lluvia y la tempestad continuaban, pero Ojo Azúl perseveraba. Seguía vadeando, aunque el agua ya tocaba sus rodillas.
Ahora era muy dificil pasar adelante. Tenía que descansar cada vez, pero al fin fueron recompensados sus esfuerzos.
De repente vio delante de sí el palacio de la reina de los fuegos fatuos.
Parecía que la quería ayudar la luna, porque apereció desde detrás de las nubes y sus rayos de plata brillaban sobre el palacio. El palacio había sido construido con vidrio azul claro. Se podía entrar, por escalones blancos, en el palacio de donde sonaba un canto apagado. Sin vacilar entró Ojo Azúl.
Vio en todas partes los fuegos fatuos que danzaban sin orden. De repente se separaron doce fuegos fatuos que se aproximaron alineados. Los observó Ojo Azúl, y vio que eran doce bellas jóvenes pálidas. Mientras danzaban ante la reina, le dirigieron una mirada tentadora a Ojo Azúl y le pidieron que tomara parte. Ya vinieron flotando cerca de Ojo Azúl, pero la señorita tendió las manos delante de sí, y gritó:
"No quiero que me toque nadie. Estoy en las manos de Dios. Dios me va a retirar del pantano."
Tan pronto como oyeron el nombre de Dios, las doce bellas jóvenes pagaron gritos tristes y huyeron en el pantano. Pero apenas desaparecieron, vino flotando otra fila de doce. Eran doce guapos jóvenes pálidos. Todos llevaban un fuego fatuo azúl. Mientras danzaban ante la reina, Ojo Azúl los observó y vio que entre ellos estaba Heino.
Era verdad: Heino estaba a la merced de la reina de los fuegos fatuos. ¿De qué manera salvarlo? Le pasó por la cabeza cómo se habían asustado los otros doce fuegos fatuos cuando pronunció el nombre de Dios.
Ojo Azúl pasó adelante rápidamente y gritó: "¡En nombre de Dios, Heino, vuelve a mí!"
Les sobrevino un gran temor a los fuegos fatuos en el castillo. Todos gritaron y huyeron sin orden ni concierto. Desaparecieron en el pantano, y el castillo se hundió tambien. Solo Heino se quedó atrás.
Estaba con Ojo Azúl entre cuatro palos desmoronados, los residuos de un antiguo templo pagano. Pero ¡Heino se había cambiado mucho! Ya no era gozoso de vivir. Tenía la cabeza gacha y no había ninguna expresión en su faz. De su cabello colgaban plantas de pantano, y su armadura estaba herrumbrosa.
Le miró a Ojo Azúl sin entusiasmo.
"Has tratado de liberarme, Ojo Azúl", dijo en voz muy baja, "pero en vano. Ya no puedo ser liberado. Si alguién está a la merced de la reina de los fuegos fatuos, ella no lo va a soltar nunca más. Si doy un solo paso, me hundio en seguida."
Pero Ojo Azúl no quería ceder.
"Dame la mano", dijo, "Voy a tenerte cogido. Yo no estoy a la merced de la reina de los fuegos fatuos. Voy a llevarte a la gente otra vez."
Heino trató de dar un paso, pero inmediatamente cogió a Ojo Azúl.
"No lo puedo, Ojo Azúl. Estoy hundiendo."
"No, Heino, no estás hundiendo. Yo te ayudo."
Muy despacio, paso a paso, avanzaban. Costaba mucho trabajo, pero al fin casi llegaron al borde del pantano. Sin embargo, todavía era muy dificíl. Era como si el pantano tratara de retirar a Heino por última vez.
"Dejame atrás, Ojo Azúl. Ya el agua llega hasta mis labios. No aguanto más."
"Aguanta un momento", le suplicó Ojo Azúl.
"No, me retira el castillo de la reina, el castillo azúl de los fuegos fatuos. Ha vuelto a mí. Mira hacia atrás."
"¡No, no volver la vista!", gritó Ojo Azúl. "No puede venir la reina."
"Sí está viniendo", gritó Heino. "Lo siento."
Ojo Azúl tímidamente volvió la vista. Se acercaba un fuego fatuo azúl con gran rapidez. No duraba mucho hasta que Ojo Azúl vio que era la reina, cuya cara era pálida y hermosa. Llevaba una corona con diamantes espléndidos.


Le miró a la cara a Ojo Azúl, y después a Heino. Heino bajó la cabeza. Ya no tenía ninguna voluntad. La reino vino muy cerca de él y le imploró en voz zalamera: "¿Por qué quieres irte, Heino? Quedate conmigo. Con nosotros, siempre hay fiesta ... siempre fiesta y baile ... ¡Anda, Heino, vuelvate!"
Ojo Azúl no sabía qué hacer. ¿Cómo podía impedir que Heino estuviera a la merced de la reina otra vez?
De repente vio la espada al costado de Heino. Estaba oxidada la espada, pero ella la sacó de la vaina y la agitó en torno de sí. Sin embargo, sonó por el pantano la risa de la reina de los fuegos fatuos. ¿Como era posible que Ojo Azúl quisiera matar con una espada a un fantasma que no era de carne y hueso?
La reina de los fuegos fatuos ya había cogido el brazo de Heino y lo arrastraba. Heino le miró a la cara a Ojo Azúl, pero no podía resistir.
Entonces exclamó Ojo Azúl:
"Aunque tú no seas de carne y hueso, Heino sí lo es."
Y mientras la reina de los fuegos fatuos tenía cogido la mano derecha de Heino, Ojo Azúl se la cortó con un solo golpe.
Ahora estuvo liberado Heino. La reina de los fuegos fatuos gritó terriblemente y se hundió en el pantano. A la vez se extinguió el azúl fueguito fatuo de la reina.
Ojo Azúl comprendió que no podía perder otro minuto. Ya que era posible que volviera la reina de los fuegos fatuos. Cogió la mano izquierda de Heino, y lo arrastraba hasta que llegaron al camino público.
"¿Ya has percibido que estás liberado, Heino?", gritó ella, con ojos radiantes. "Ya no estás a la merced del pantano."
Heino no respondió nada, pero su cara expresó que le dolía el brazo. Cayó sin fuerza en el camino fuera del pantano. Ojo Azúl se cogió el pañuelo de la cabeza, y le vendó el brazo. Ya se había dormido Heino.


No iba a despertarse por el momento, ya que había aguantado mucho. Ojo Azúl miraba a Heino con amor. Sacó el anillo que le había dado Heino en aquel tiempo, y se lo pasó por el dedo. Después volvía andando con la palomita en los hombros.
Primero fue al castillo del rey. Le miró al rey a la cara con sus ojos azules y dijo:
"Le traigo a Usted una noticia buena. He hallado a Heino. Estaba a la merced de la reina del pantano, pero lo he liberado por cortarle la mano derecha. Ahora está durmiendo. Dentro de poco va a estar con Usted otra vez. Le rezo a Dios que perdone a Heino y a todos Ustedes. Yo regreso a mi casita en el bosque."
Pero el rey no permitió que saliera. Su corazón estaba conmovido al oír el mensaje bueno sobre su hijo, y gritó:
"No, Ojo Azúl, no quiero que salieras nunca. Heino no podría encontrar a una esposa mejor en ninguna parte. Si quisieras aceptar a Heino como esposo, estaríamos muy felices. Pero no sé si quieres aceptar a un esposo sin mano derecha."
Apenas dijo esto, se abrió la puerta y entró Heino. Estaba libre de timidez. De nuevo era el Heino de cuando salió del castillo. Al ver a Ojo Azúl, corrió para cogerla con la mano izquierda, y los dos lloraron por alegría.
Cuando Heino y Ojo Azúl estuvieron ante el altar, el sacerdote le dijo a Heino que pasara el anillo por el dedo de su novia. Sin acordarse de que estaba falto de la mano derecha, Heino la puso hacia adelante. ¿Y qué ocurrió? Como por encanto, la mano derecha creció al brazo otra vez, como si no hubiera sido cortada nunca. Solamente se quedaba en la muñeca una estría roja. Esta estría la tenía Heino toda la vida. Era un recuerdo de la noche en la que Ojo Azúl lo había liberado del poder de la reina de los fuegos fatuos.


(Gran Libro de Cuentos de Margriet: narrado de nuevo por Jan de Groot, traducción por Hendrik Reuvers)

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